sábado, 8 de noviembre de 2014

El Desafío de los 30 Días: ¡Día 9!



¿Cuál ha sido mi peor sesión?, ¿por qué?

Una vez más me gustaría comentar algo distinto a lo que ya os dije el año pasado respecto a preguntas parecidas. Mi peor sesión (esta vez como jugador), fue una de D&D en la que llevaba a un bardo y mi colega Enaitz un paladín. La combinación de infundir valor, junto con la elocuencia y capacidad de convicción del juglar, mezclada con el palurdismo innato del tanque del grupo (8 en Inteligencia), le obligaba a enfrentarse a los más variados peligros sólo por mi pura diversión al estilo cómico de Slayers.

 Reconozco que actué mal, y aunque la tentación de hacer que el estúpido luchase con argumentos igualmente absurdos era demasiado grande, debí ceder un poco a la cólera de un Director más serio. Como curiosidad, me hice con todos los objetos mágicos y armas interesantes del dungeon, de manera que el troleo llegó a grados insoportables para nuestro sufrido master, quien decidió dejar la partida a medias tras la muerte de un par de miembros del grupo (en la que no yo tuve nada que ver), pero que terminó de rematar la cuestión. El paladín que tuvo mucho que ver.

Una juglaresa semielfa, si os intentan colar una de estas en vuestras partidas huidle en estampida como si fuera la peste.

Mirándolo en retrospectiva, de acuerdo que por mi parte no actué del todo bien, pero no es menos cierto que el resto del grupo hizo locuras más o menos por el estilo. El problema es, que cuando algunos se toman a chiste la aventura, a veces terminan contagiando a los demás y la cosa concluye como los sketches de los caballeros de la mesa cuadrada. 

Otro de mis grandes fracasos, ahora como director, fue el Salón de los Kobolds de D&D cuarta edición. En parte por culpa de cierto personaje enano que quiso encontrar goblins dónde no lo había, y por las propias reglas del juego, que fueron mucho peores y más aburridas de lo que parecían sobre el papel.

Pero esa es una historia que me reservo para el desafío del año que viene.

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