Teniendo en cuenta únicamente tu experiencia en partidas medievales fantásticas…¿Qué partida, situación, momentazo, te hizo quedarte en plan “¡ostias!”,
te descubrió el mundo, dijiste “¡Oh!”, flipaste con el giro argumental…
Caramba, ¡qué pregunta más cortita! Pues esa partida no era ni medieval ni fantástica, pero como la pregunta hace alusión específica a que debe ser forzosamente esas dos cosas, os comento otra batallita de las mías. Vosotros os perdéis la otra, ea.
Caramba, ¡qué pregunta más cortita! Pues esa partida no era ni medieval ni fantástica, pero como la pregunta hace alusión específica a que debe ser forzosamente esas dos cosas, os comento otra batallita de las mías. Vosotros os perdéis la otra, ea.
La partida en cuestión era Prisión de Almas para Warhammer, de Saratai...Me pregunto dónde andará este gran master ahora.
Bueno, la cuestión es que mi carbonero cojo y tartamudo, Cässim, alias el Cascarilla, quedó ciego por un disparo de fuego amigo tras haber traicionado a sus camaradas revolucionarios, que luchaban contra la alianza del Conde Elector Jobb Alptraum, (un viejo cabrón).
Pensé que con un tiro en la cabeza moriría, pero qué va. Mis ojos de divorciaron de mi cuerpo tras ponerme los cuernos con la metralla. Siendo una partida por foro, el reto interpretativo de continuar escribiendo sin poder describir nada visualmente habría sido todo un desafío, pero la partida no fue muchos post más allá.
Esa campaña tuvo momentazo tras momentazo, con un nivel de detalle, por parte tanto de los jugadores como del director, que todo el mundo debería vivir y jugar. Entré en ella para hacer una colaboración y al final me terminé quedando. Y creo que hice bien.
A todo esto, creo que ahora que sale el tema, nunca antes había explicado por qué traicioné a mis camaradas. Hoy, pienso que es un buen momento para revelar el secreto: Las razones fueron tres, todas ellas de igual peso. Cässim había contraído una grave enfermedad en el transcurso de la aventura y los mejores médicos de Jobb Alptraum prometieron curarle (y lo hicieron), a cambio de información sobre las tropas del enemigo.
La segunda razón es que las fuerzas del Conde pagaban muy bien. Lástima que una vez les dí todo lo que quisieron no dudaron en disparar sobre mí con total desconsideración. ¡Mala idea!, todavía guardaba muchos ases y detalles por contar en el tintero. Esto me dejó en una situación muy a lo Miguel Strogoff, (siempre me ha gustado muchísimo esa novela), con toda la urgencia de volver hasta dónde se encontraba mi señor, pero al final nada, la cosa se quedó sin resolver.
La tercera razón es que me hubiera gustado acceder a la carrera de espía, y la ocasión se me presentó prácticamente a cosa hecha.
Bueno abuelo corta el rollo, ¿y la otra batallita que nos ibas a contar? Ah, pues eso tiene que ver con una partida que jugué a la Leyenda de los Cinco Anillos.
Todos los que siguen este blog saben que la Leyenda no es bien recibida en esta casa, esa mystical shit, esa peli de chinos en calidad screener, ese viaje de anfetas por la hiperrealidad de la salsa de soja caducada del fondo del congelador hace que me rechinen los dientes cada vez que toco el trasfondo, pero la cuestión es que el Master lo hizo bien, lo hizo condenadamente bien aquel día.
Era una partida de intrigas en la corte en la que llevaba a un samurai Escorpión, borracho, mujeriego y atormentado por los fantasmas de sus antepasados. Al final ninguno de los bandos implicados ganó, pero todos salimos sumamente satisfechos de la partida. Me hizo plantearme el hecho de que un buen director es capaz de sacar pepitas de oro incluso del vil cieno, sin desdeñar ningún aspecto implicado en la trama.
La única partida a la Leyenda que he marecido la pena en todo este tiempo y encima con moraleja.
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