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lunes, 17 de diciembre de 2012

Por dónde van los tiros...

Buenas tardes a todos. Esta semana he continuado dándole vueltas al tema del crossover de Protomundo con Danmaku! (la ambientación manga que podréis encontrar muchas entradas atrás si utilizáis el buscador). Me he propuesto hacerlo a modo de kit introductorio con un conjunto reglas propias, en base a elementos retroalimentados de otras ideas que utilicé en viejos proyectos inacabados.

La cosa va para largo y no creo que esté listo hasta después de navidad, sin embargo, a modo de aperitivo, os dejo el relato introductório que acompañará a la aventura. Espero que os guste.



La trémula luz de las últimas horas de la tarde a través de la niebla artificial arrojaba espectrales sombras sobre la cenicienta ciudad de Celestia.

Los fantasmagóricos tonos cerúleos de la legendaria energía de Yikku, el falso sol, desdibujaban el contorno de las redondeadas formas de las chimeneas industriales y las alargadas siluetas de de los edificios más cercanos a la estación aérea del sector 73, dónde los zeppelines continuaban su lento trasiego sobre la sobrecargada atmósfera de la urbe, siempre en  constante movimiento.

Ojalá tuviera buena mano para ilustrar así. No es exactamente cómo lo había descrito e imaginado, pero sí bastante parecido.


Sidonie, el emperador de Aries, había fallecido.

En algún lugar allá abajo, el cansancio comenzaba a hacer mella entre los presentes en los precipitados rituales del funeral, mientras los golpes de pala y la espantosa sarta de insultos daban buena cuenta de los últimos restos mortales del Primero entre los Seis Pares.

 -  ¡Sigo pensando que veinte Zenits es una puerca miseria!-,  a Dion, el viejo sepulturero tuerto del sector 73, la lluvia se le escurría por la cara desde el canalillo de su extravagante sombrero de tres picos. Algunos guardias le espetaron algo poco apropiado dadas las circunstancias, mientras Lord Credo se recolocaba el cuello de su chaquetón de tres cuartos, nervioso ante las perspectivas que se le avecinaban.

Nadie debía conocer la noticia antes de tiempo.

-          -¡Ehhh!, ¿acaso debo recordar que fui yo quien tuvo que recoger todos los pedacitos?- replicó Dion, estornudando y acusando a los guardias con el dedo-,  ¡yo!; y no vosotros, Importantes Señorías  -, el sonido de las industria retumbó  a lo lejos, mientras el agua continuaba cayendo impertérritamente sobre el cementerio - ¡Maldito seáis, Credo!, ¿Cuánto dijisteis que pensabais pagarme por esto?, ¡os repito que es una puerca miseria! El viejo se volvió sobre sí, mirando hacia abajo y guiñando su ojo de cristal a causa del esfuerzo.

Resultaba paradójico que, aún rodeados de tanta tecnología, el viejo tuviera que emplear una pala para enterrar al cadáver. Por su parte, los Caballeros de la Rosa de Ibara continuaban con su monocorde letanía desde la comodidad de su baldaquín, como si la cosa no fuera con ellos. Poco habían podido hacer la noche anterior por evitar el funesto desenlace de los acontecimientos. 

A un lado, la única hija del Emperador, sollozaba tratando de aparentar entereza desde detrás de su velo. El elaborado sarcófago dispuesto sobre la tierra se mostraba ante ella en  uno de los pocos pedazos de verde que quedaban en toda la ciudad. Quizás fuera tan sólo una ilusión, pero por un momento pareció que sus labios se movieran para decir algo. Sin embargo, un extraño sonido en el cielo y el siguiente estornudo del viejo apagaron sus palabras como si nada.

-          - Recordad, tanto si os gusta como si no, ambos estamos metidos en esto-, dijo una voz baja, por encima de su hombro derecho.

Varios de los asistentes intercambiaron entre sí inquietantes miradas de sospecha.
Y es así como comienza nuestra historia. La noche anterior a todo cuanto os narro ahora, para ser más exactos...

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